Las
1700
niñas
del
Doctor
Rakh
Texto, fotografías y diseño web: Bernat Parera
Desde la ciudad de Pune, el Doctor Ganesh Rakh lucha contra el estigma que es tener una niña en la India, un país que no quiere a sus hijas. Desde hace 9 años ofrece partos sin coste a aquellas madres que dan a luz a una niña.
Jaya nació mujer y tuvo la osadía de parir a una niña. El día que dio a luz escuchó las tres palabras que más la aterraban: «Es una niña». Durante los siguientes meses su marido le recordó a puñetazos que él quería un niño, hasta que le pareció insuficiente, y le arrojó una lata de ácido en la cara y el cuerpo.
* * *
Jaya habla con las enfermeras mientras juguetea con su coleta en el Hospital Medicare de Pune
Las manos pequeñas y nudosas de la enfermera Seema se afanan en hacerle una coleta a Jaya. Alta, delgada, morena, joven. Su rostro está partido en dos mitades por el ácido. Jaya lleva varias semanas postrada en una cama del Hospital Medicare de Pune, una pequeña ciudad al oeste de la India, el hospital del Doctor Rakh. Sus manos, pegadas a su pecho, no sirven, apenas tienen movilidad. Han pasado trece años desde el día en el que sus adentros parieron a un no-niño y su marido la atacó.
El ácido es un líquido perverso; cuando somos atacados, el sentido común nos pide apretarnos, hacernos bola, comprimirnos hasta minimizar la superficie expuesta de nuestro cuerpo. Pero el ácido no solo quema la piel, también derrite la carne. Si nuestro brazo está pegado a nuestro tronco el ácido los unirá; si nuestro mentón está apretado contra nuestro pecho, el ácido los fundirá. Una sola lata de ácido puede convertir a una mujer en una maraña de piel y carne.
30 rupias -apenas medio euro- cuesta un litro de venganza en la India. El Tribunal Supremo reguló la venta de ácido en el país. Al comprador se le requiere identificarse y establecer el propósito de la compra, pero como con muchas otras leyes en el país, no ha podido implementarse y el ácido se vende libremente en la calles. Si además añadimos unas centenares de rupias más la policía te escribe un informe que te deja libre de toda sospecha.
Operación para separar el brazo del tronco de Jaya, superviviente de un ataque de ácido.
Mientras el ácido se cebaba con la carne de su esposa, la encerró en un cuarto y la dio por muerta. Horas más tarde, al darse cuenta de que seguía respirando y asustado ante la perspectiva de acabar en la cárcel, la llevó a un hospital. «En el atestado policial escribieron accidente doméstico. Mientras estaba inconsciente utilizaron mi pulgar para firmarlo», dice Jaya.
«En el atestado policial escribieron accidente doméstico. Mientras estaba inconsciente utilizaron mi pulgar para firmarlo»
A los padres de Jaya, salvar la vida de su hija les costó el dinero que no tenían. Jornaleros sin tierra, para afrontar la factura de la operación vendieron lo poco que tenían y se endeudaron: una vaca y un préstamo a devolver en tres vidas. 40 mil rupias -unos 490 euros-. No había entonces un Doctor Rakh que se hiciera cargo de la factura.
Escucha a Jaya contar su historia
En la India 19 mujeres son atacadas con ácido cada mes. En numerosas ocasiones el dowry -la dote matrimonial- está detrás de estos ataques. En el intento de homicidio de Jaya no solo se encuentra el castigo por haber engendrado a una niña. A su familia política siempre le parecieron insuficientes las 35 mil rupias (unos 430 euros) de dowry que pagaron sus padres por casarla con su primo hermano.
Hace ahora cinco años, Jaya se encontraba postrada en una cama de la unidad de cuidados intensivos y vestía un camisón rojo gastado con el nombre del hospital bordado en letras amarillas. Sentado a los pies de la cama su hermano Satish mataba el tiempo ayudando a cuadrar las cuentas de la farmacia del hospital. Llevaban ya días en el hospital, esperando a que Jaya reuniera las fuerzas suficientes para aguantar una de las muchas cirugías que iban a desenmarañar su cuerpo. Estaba tan débil que las enfermeras tenían que cogerle la sangre de los tobillos.
Hacía ya más de 10 años del nacimiento de su hija y del ataque con ácido, y su largo periplo para recuperar la movilidad de su cuerpo recién empezaba. «Mi marido debería estar en prisión. Mi marido y mi suegra». Se quejaba desde su cama.
Mira uno de los quirófanos del hospital en 360º
NO ES PAÍS PARA NIÑAS
El Doctor Rakh y una enfermera examinan a una niña recién nacida que llora en la incubadora.
A India le faltan más de 63 millones de niñas. Más que la población de España y Portugal juntas. Años de abortos selectivos e infaticidios y el hecho de que las familias dejan de tener hijos cuando obtienen un hijo varón han producido esta situación anómala. La prevalencia sobre un hijo varón a la hora de alimentarlo o vacunarlo ha hecho que las menores de 0 a 5 años tengan un 50% más de posibilidades de morir que los niños de su misma edad. Cada cuatro minutos una niña muerte a causa de la discriminación.
Detrás de este ‘generocidio’ se esconden algunas de las tradiciones del subcontinente. India ha avanzado desde la prohibición del Sati -la quema de viudas en la pira funeraria de su marido- que se abolió por completo en 1987. Pero la prohibición del dowry -el precio que pagan las familias de las novias por casar a sus hijas- no ha surgido efecto y este sigue siendo norma en las bodas a lo largo y ancho del país y de sus vecinos Pakistán y Bangladesh. Para las familias humildes, tener una hija o más puede ser la bancarrota.
A pesar de que el gobierno indio ilegalizó las ecografías para determinar el sexo de los fetos en 1994, en los últimos años los abortos de niñas se han acrecentado. La determinación del sexo es un negocio lucrativo, «paga ahora, ahorra luego» es el eslogan utilizado por algunas de las clínicas clandestinas que lo realizan. En marzo de 2017, a unos 200 kilometros al Sur de Pune, la policía encontró una bolsa de plástico con 19 fetos de niña cerca de una clínica sospechosa de realizar abortos selectivos.
Una mujer cruza en bicicleta delante de los tres bloques de hormigón que forman el Hospital Medicare de Pune.
En el estado de Maharashtra -donde se encuentra el hospital del doctor Rakh- de 2001 al 2011 el número de niñas de 0 a 6 años por cada 1000 niños pasó de 913 a 894. La Organización Mundial de la Salud dice que una sociedad sana debería tener 953 niñas por cada 1000 niños.
Durante el embarazo, algunas familias confían en curanderos que a cambio de unas rupias aseguran el nacimiento de un hijo varón. El doctor Rakh cuenta de una pareja que acudió al hospital a dar a luz. «Cuando su hija nació montaron en cólera y acusaron a las enfermeras de haberles cambiado al niño por una niña. Les tuvimos que mostrar todo el hospital para que vieran que no habían otros niños ese día, y se calmaran».
Al Norte, en Haryana, el estado del país con los peores ratios entre hombre y mujeres, el Avivahit Purush Sangathan (Sindicato de Hombres Solteros) ofreció a los políticos de los distintos partidos sus votos a cambio de esposas. Haryana es uno de los epicentros del tráfico de mujeres en la India, compran niñas en los estados del Este y las venden como esposas.
En el hospital, el doctor me quita el papel en el que tomo notas de las manos y empieza a dibujar un círculo. Lo llama el círculo vicioso de las niñas. «En India cada vez nacen menos niñas. Menos niñas significa que hay menos mujeres para casarse. Los hombres no encuentran pareja y se quedan solteros, y esto crea inseguridad para las mujeres. Y esto disuade a las familias de querer tener hijas» Dice mientras apunta al círculo con el lápiz. «Es un círculo vicioso».
39 CRÍMENES CONTRA MUJERES CADA HORA
Una mujer fue violada en el país cada 13 minutos
Seis mujeres fueron violadas en grupo todos los días
Una novia fue asesinada por el dauri (dote) cada 69 minutos
19 mujeres fueron atacadas con ácido cada mes
Mira al Doctor Rakh trabajando en el hospital.
EL NIÑO QUE QUERÍA SER LUCHADOR
Hay dos puntos de inflexión en la vida de Ganesh Rakh. Entre ambos pasaron 23 años, 8 meses y cuatro días.
El primero, fue el día en que su padre le llevó a conocer el trabajo duro. Tenía 12 años y soñaba con ser luchador de kushti -una disciplina de lucha India-. Doce horas trabajando de porteador a la estela de su padre le hicieron entender que estudiar tenía más futuro. «Cargar grano es la peor experiencia que he tenido en la vida. El calor es insoportable y tienes que trabajar descalzo cargando sacos de grano extremadamente pesados», dice el doctor Rakh. Ese verano, la entumecida espalda de Ganesh lo hizo pasar de estudiante mediocre a estudiante modélico.
Del segundo hace ahora unos 1700 partos. Partos de niñas para ser más exactos. Es el día en que él, su esposa, su padre, su madre y sus dos hermanos se sentaron alrededor de una mesa para discutir una idea loca, revolucionaria. La epifanía de Ganesh Rakh: «quiero que las familias que den a luz a niñas en el hospital, no paguen».
Para el doctor era una decisión meditada, casi natural. Cobrar los partos de las niñas se había convertido en una tarea ardua y desgastante que muchas veces acababa o bien con una llamada a la policía o teniendo que ofrecer descuentos a los padres para amortiguar la decepción de haber engendrado una niña.
Para su familia, una auténtica locura, un disparate. En 2012 el hospital no iba bien, en su cuenta de resultados acumulaba más de 100 mil euros de deuda en sueldos, créditos y maquinaria sin pagar. «La situación era tan mala que no teníamos ni 60 rupias para pagarle un corte de pelo a Tanisha», dice Trupti sobre la hija que tiene con el doctor, y ahonda «Dije que no ¿De qué íbamos a vivir?»
Para entender su reacción, hay que conocer el camino de la familia Rakh, de jornaleros sin tierra a dueños de un hospital. La apuesta del doctor Rakh podía enviarlos de vuelta a la pobreza.
El Doctor Rakh, su sobrina y su hija viajan en moto en dirección al parque donde hacen deporte todas las mañanas.
Ganesh Rakh vivió hasta los nueve años en Vanjarwadi, un monumento a la nada, un topónimo sin apenas casas, donde año tras año, las pocas familias que ahí sobrevivían, cabalgaban sequía tras sequía. Hasta que fue imposible. En los años ochenta el 90% de la población de Vanjarwadi se vio forzada a emigrar. La familia del doctor se mudó a Pune, 150 kilómetros al Oeste. Cambiaron unos pocos metros cuadrados de paja y adobe por 4 metros cuadrados de chapa en un slum de la ciudad.
De ahí el pequeño Ganesh fue escalando poco a poco, subiendo la escalera social con los codos pegados a libros, hasta que a principios del milenio -en 2001- se graduó como médico y pudo abrir una pequeña consulta privada donde atender a trabajadores de la construcción con mordeduras de serpiente. Hoy, tres bloques de hormigón y ladrillo de tres pisos unidos por pequeños puentes de metal forman el Hospital Medicare de Pune. El hospital del Doctor Ganesh Rakh.
Sentado en su despacho, el Doctor Ganesh Rakh -voz apacible, rasgos dulces, mirada relajada- desgrana la historia que ha hecho que hoy esté sentado en esta silla rodeado de premios y reconocimientos, y vuelve a esa noche de hace 9 años, donde su mujer, su madre y sus hermanos se negaban a perder la cordura y dejar de cobrar partos. «Al final fue mi padre el que decantó la balanza, dijo que si era necesario, él volvía a trabajar de porteador para pagar los partos», cuenta el Dr Rakh. Y ya son 1700 partos.
El Doctor Rakh examina a una niña recién nacida.
Su hija Tanisha -con inglés con acento de escuela internacional- dice que quiere ser doctora como su padre. Su padre bromea que le gustaría que fuera luchadora.
El movimiento Save the Girl Child
El móvil Samsung del Doctor nunca deja de sonar o vibrar. Miles de doctores y activistas le escriben sin cesar.
El 3 de enero de 2012 el Doctor Rakh lanzó la campaña ‘Mulghi Vachva Abhiyan / Save the Girl Child’ (Salvar a la Niña) para luchar contra el estigma de engendrar una niña en India. Desde entonces, decenas de miles de doctores se han unido al movimiento y ofrecen servicios gratuitos o con descuento a familias que tengan niñas en sus consultas y hospitales.
Su mensaje ha cruzado las fronteras de Maharashtra -el estado donde se encuentra su hospital- llegando a casi todos los estados de la India. El Doctor Rakh ha sido invitado a participar en manifestaciones y charlas en Nepal, Bangladesh e incluso Pakistán, archienemigo fraternal de la India. El año pasado viajó a Zambia para extender su mensaje por África.
Tres años después de la iniciativa del doctor, el 23 de Enero de 2015, el gobierno de la India lanzó su propia campaña ‘Beti Bachao, Beti Padhao’ (Salva a la Niña, Educa a la Niña).
Zambianas manifestándose a favor del movimiento del doctor.
CELEBRANDO A LAS NIÑAS
La abuela de Kartiki juega con su mano.
Hace ahora 1700 nacimientos, la primera cosa que preguntó Vimal al Doctor Rakh después de dar a luz a su hija era si su marido estaba enojado. La enfermera Seema, que ejercía de enlace entre la habitación del parto y la sala de espera donde Bhupendra, su marido, aguardaba noticias, contestó: «Tu marido está bien». Y la cara de Vimal se iluminó.
El 6 de Enero de 2012 Vimal y Bhupendra Chaudary cruzaron el umbral del Hospital Medicare de Pune. Vimal -piel clara y pelo oscuro- vestía un sari blanco con motivos rojos y dorados que le cubría una tripa rotunda de nueve meses. Vimal no lo sabía, pero iba a inaugurar la cuenta del Doctor Rakh. Vimal ya había sido madre de un hijo y una hija, pero esta última murió al poco de nacer. Tres días más tarde, Vimal tenía en sus brazos a su tercer hijo, una niña.
Esa fue la primera vez que el doctor decidió no cobrar a los padres, pero además tuvo otra idea alocada: decidió celebrarlo. Abrió su cartera y dio unos pocos centenares de rupias al recepcionista del hospital, este corrió hasta una floristería y una pastelería cercana, compró un pastel de chocolate y un ramo de rosas rojas. Improvisadamente reunió enfermeras y familiares en su despacho, y allí se celebró la primera fiesta, el primer parto gratuito, el pistoletazo de salida a ‘Save the Girl Child’.
Tejashree le canta a Kartiki, su hija primogénita que acaba de nacer.
Tejashree y su marido Keitan son dos de los representantes de lo que es la India contemporánea. Nuevos artesanos de la informática, pican código en jornadas maratonianas delante de una pantalla para a una empresa ubicada al otro lado del mundo. Sentados en una habitación, rodeados de su familia más cercana, miran a lo más preciado y se sonríen. Las cortinas naranjas de su pequeña habitación iluminan con luz cálida una cuna de metal blanco. En ella descansa Kartiki, una niña de apenas un día que se resistía a nacer. Tejashree limita sus movimientos a lo esencial, una cicatriz cruza su bajo vientre en horizontal y cualquier movimiento se convierte en una tarea ardua. Hace apenas unas pocas horas ha dado a luz por cesárea a su hija.
A pocos pasos de su habitación, la enfermera Seema ha cerrado las luces de la habitación que en el pasado servía como UCI del hospital. La misma sala donde hace ahora 3 años Jaya esperaba reunir fuerzas suficientes para sobrevivir a la operación que liberaría sus extremidades. Hoy unas pocas camas apartadas contra las paredes ocupan el espacio. El personal del hospital se esmera en encender decenas de velas, mientras, un pequeño montículo de rosas y un pastel descansan sobre una mesa. Las enfermeras sonríen. Ha nacido una niña y se va a celebrar una fiesta.
Trozos de pastel pasan de manos a bocas ajenas. Los participantes en la celebración se acercan al pastel, y con sus manos cogen pequeñas porciones que utilizarán para alimentar al resto de los participantes. Cada uno coge una rosa y la regala a Tejashree, que en breve tendrá en sus manos un gran ramo de flores rojas. Keitan pide silencio y empieza a hablar: «Al igual que mi hija es bienvenida en este mundo. Al igual que hemos celebrado su nacimiento. Quiero que todas las niñas nacidas en este mundo sean acogidas de esta manera y que no sean nunca menos que los niños.»
Escucha a Tejashree hablar del hospital y del Doctor Ganesh Rakh.
Vimal fue la primera madre -hace tanto tiempo que el doctor recuerda el nombre de los padres pero no de la hija. «A veces los padres pueden tardar semanas en bautizar a sus hijos». Y después de la hija de Vimal, vino Aditi, y Madhuri, Naina, y Pooja, más tarde Pia, y Sneha, Varsha, Sajili, Rohini, Radhika, y después Deepa, Beenish, Jana, Rana, Ahana, Pooja, Dea y Manavi, y así hasta sumar 1700 niñas y llegar a la hija de Tejashree, Kartiki.
El Doctor Rakh, rostro redondo tallado en ángulos amables, voz monótona y reconfortante dice: «Me llamaban el Loco Doctor Rakh, porque estaba celebrando el nacimiento de las niñas de otras personas.». Más de 1700 celebraciones. Las 1700 hijas del Doctor Rakh.
El Doctor Rajh juega con Kartiki, una niña recién nacida en su hospital.
Este reportaje ha sido elaborado con más de 5 años de visitas al hospital del Dr Rakh. Durante el tsunami de contagios que supuso la segunda ola de COVID-19 en la India, el Dr Rakh se vio forzado a transformar su hospital en un lugar donde atender enfermos de la pandemia. Entre 80 y 90 enfermos de Coronavirus llegaban diariamente al pequeño hospital del doctor. Las botellas de oxígeno -un bien escaso en la India- ocuparon las camas que en el pasado ocupaban madres embarazadas. Pesaroso, el doctor tomó la difícil decisión de solo atender a madres positivas por COVID. Fue una situación excepcional a la que el doctor llama «una guerra contra el virus». Cuando la segunda ola amainó, el doctor recuperó su labor de ayuda a las niñas, dejando una pequeña ala del hospital para seguir tratando a enfermos de COVID.